NO DA IGUAL

Corren tiempos de tribulaciones para la fotografía documental, fundamentalmente debido a lo que denomino e identifico como un «Proceso de gentrificación de los discursos documentales», que viene de largo y que no consiste en otra cosa que en la criminalización y el descrédito de los mismos, su expulsión de cualquier lugar en el que puedan tener relevancia y la ocupación del vacío que dejan por discursos estériles y vacíos que sirven únicamente a propósitos de éxito, espectáculo y mercado.

El poder siempre ha intentado —y a menudo conseguido— domesticar la imagen documental, porque destapa sus corruptelas y las consecuencias de su gestión autoritaria. Desde la guerra de Vietnam el capitalismo se lanzó en tromba contra el documentalismo utilizando todos los medios a su alcance, entre ellos el férreo control de los medios de comunicación. Además, las despiadadas críticas del posmodernismo hacia la imagen documental, negándole toda posibilidad para contar con eficacia absolutamente nada por su incapacidad para «decir la verdad», contribuyeron a generar una lenta pero imparable desconfianza.

El mundo del arte vino a ofrecer ciertos espacios a algunos de esos discursos expulsados de los medios de comunicación, pero a cambio de desactivarlos y vaciarlos de contenido para que pudieran formar parte del mercado artístico.

Todo este proceso gentrificador obedece realmente a intereses muy concretos por parte de quienes pueden verse más perjudicados por la existencia de discursos documentales que airean sus miserias y evidencian sus estrategias, así que prefieren discursitos amables y ligeros que desvíen la atención para no mirar allá donde no les interesa. No hay más que fijarse en qué tipo de historias y qué tipo de soluciones estéticas patrocinan y premian los grandes grupos de comunicación y las estructuras e instituciones del poder para saber por dónde van los tiros. A la fase más reciente de este proceso de gentrificación me gusta llamarla de «luz de gas», porque asistimos desde hace un tiempo —fundamentalmente desde que se teorizó lo que se ha venido a llamar posfotografía— a un intento por hacernos creer que ciertas cosas son lo que en realidad no son. Se prioriza la banalización y la frivolización. Se desacreditan y se aligeran los contenidos de lo documental, intentando crear una atmósfera de frivolidad, con toques de desenfado casual, como quien ya está de vuelta de todo. Se marginan las miradas comprometidas socialmente, sustituyéndolas por miradas acríticas, autocomplacientes y sentimentales, que son profundamente injustas y reaccionarias.

El ejemplo más reciente es el caso de las fotografías tomadas a los prisioneros del centro de exterminio S-21, en Camboya, manipuladas digitalmente por el artista irlandés Matt Loughrey y dadas a conocer en una entrevista al autor en VICE Asia. El artista dice que recibió el encargo de colorear algunas de las imágenes que se tomaban a los presos antes de asesinarlos. Sin embargo, no se limitó a colorearlas digitalmente, sino que en algunos casos modificó la imagen original, añadiendo sonrisas falsas mediante Photoshop, modificación que descubrieron Rithy Panh y Jean-Sien Kim consultando los archivos originales en Tuol Sleng, el Museo de los Crímenes Genocidas. La gravedad de la manipulación y sus consecuencias son evidentes, porque no solo modifica la fotografía sino que falsifica la historia. Añadir digitalmente esas sonrisas en los rostros demacrados y compungidos de las víctimas fotografiadas mientras eran torturadas y momentos antes de ser ejecutadas es un acto vil y profundamente irrespetuoso con las mismas. No podemos olvidar que las víctimas fueron fotografiadas por sus torturadores y asesinos, por lo que el propio acto fotográfico es cruel y no puede disociarse de su contexto criminal.

Sin embargo, no es un caso aislado, sino que forma parte de una política de descrédito, manipulación e impunidad generalizada. Lo que ha llevado a Matt Loughrey a realizar esa manipulación sin ser consciente de su gravedad es consecuencia directa de pensar que todo vale y de que la imagen documental en realidad no nos habla de forma crítica y veraz sobre nuestra propia vida, sino que es un simple divertimento inocente que podemos utilizar a nuestro antojo sin asumir ninguna responsabilidad. Consecuencia de ignorar que las claves de la imagen documental no son las mismas que las del resto de imágenes, por muchos aspectos que compartan en el plano formal.  

Pero qué más les da a los artistas posfotográficos una sonrisa más o una sonrisa menos. Total, a sus ojos, no son más que elementos del atrezzo de una divertida pantomima que igual da que hable de las víctimas del S-21, de un partido de fútbol, de una manifestación, de la recuperación de la memoria histórica, de unas tranquilas vacaciones en la playa o de la boda de unos famosos. Para ellos, simplemente se trata del terreno de juego en el que desplegar sus habilidades técnicas, sus destrezas artísticas y su maestría en aplicar técnicas de marketing implacables. Pero en realidad es fruto de su ignorancia supina, de su desprecio hacia los demás, de su desconocimiento de qué significan el compromiso, la solidaridad y la empatía, y desde luego de creer que nada hay más importante que el discursito propio que engorde sus egos, que aumente los likes en sus redes sociales y que incremente sus cuentas bancarias.

Por eso cada vez hay más gente incapaz de apreciar la importancia de ciertas cuestiones relativas a la imagen documental. Gente incapaz de valorar una imagen honesta por encima de imágenes manipuladas, escenificadas, simuladas y corruptas. Porque lamentablemente creen que da igual. Pero no da igual. Los discursos documentales no utilizan la ficción para seguir un guion escrito previamente. No da igual que el miliciano fotografiado por Gerta Pohorylle o Endre Friedmann fuera fotografiado en el mismo instante de recibir un disparo mortal, que si se trata de un simulacro y después de la foto se fue a merendar tranquilamente con sus compañeros. No da igual contemplar la cara de las víctimas del campo S-21 con el horror y el miedo incrustados en sus rostros en unas imágenes imperfectas y deterioradas que nos hablan de su sufrimiento, que sus rostros sonrientes en fotografías perfectas y esplendorosas, pero falsas y tóxicas, que no nos hablan de nada. Que no sirven más que para hacer este mundo un poco peor.

Si esas manipulaciones e intervenciones en las imágenes documentales nos dan igual, probablemente nos den igual muchas otras cosas. El problema es que el hecho de que se nos haya inoculado el virus de la indiferenciación entre unas imágenes y otras es una calculada operación de marketing social que solo beneficia al fascismo.

Clemente Bernad, 13 de abril de 2021

10 Comments

  1. Impecable. No se puede decir con mayor claridad. Además de clarificador, este texto viene validado por la firma de uno de los mejores documentalistas visuales del mundo actual

  2. En todo de acuerdo contigo MENOS en k ese tal Matt no era consciente de la gravedad de la manipulación k estaba haciendo. Impedir masa crítica es una técnica antigua del poder y ahora quizás le resulte más fácil conseguirlo. También podemos pararle los pies si utilizamos las herramientas de comunicación, porque el problema no es nunca la herramienta sino su uso. Mesker Clement.

  3. Tienes toda la razón, se elimina el horror, se esconden los genocidios y se intenta que el olvido sepulte la historia. Eso es lo que ha hecho el alcalde de Madrid destruyendo el mausoleo del cementerio de la Almudena en cuyas tapias fueron asesinadas casi 3000 personas. Por cierto el ayuntamiento de Madrid hs eliminado eliminado de su web el listado de las personas asesinadas. Enhorabuena por el post. Un abrazo

  4. Coincido prácticamente en todo, salvo en lo de que solo beneficia al fascismo. El estado actual de la fotografía documental desacreditada e intervenida es consecuencia no sólo del capitalismo pos-Vietnam; yo nací en un régimen comunista que no quiere saber nada de la defensa de la verdad ni de la información sin censura, y la persigue con cárcel.

  5. No se puede decir más claro. Falsear una imagen documental no es un acto vanal. Es un intento de manipulación en la visión de un momento.
    Está claro que el fotógrafo «manipula» la percepción con cosas como el encuadre y posterior recorte (metiendo o no en la toma cosas relevantes) e incluso el descarte de fotografías que no coincidan con su «visión» del tema. Pero manipular de esa manera me parece osceno e indecente.

  6. Aquí es donde la palabra tiene más fuerza que la imagen, el fotógrafo levanta acta del horror y la manipulación existente
    Estoy fascinado por la forma y el fondo de cómo dos herramientas, palabra y fotografía, se hermanan para mostrar tanta mezquindad contra aquellos que poco tienen

  7. No soy fotógrafo. Admiro su trabajo e intento en la medida que puedo desde la sección fotográifca del TERRA GOLLUT film festival la promoción de los valores que aporta la fotografia como herramienta para documentar los valores humanos y de los fotógrafos. Al leer este artículo me pregunto cuanta ética falta en todas las profesiones, pero que aún duele más la falta de ética en una profesión como ésta, que captura la realidad de un momento para conservarlo en la retina. Aquí no valen los trucos y efectos. Y quién los utiliza para manipular, tendría que dedicarse a otra cosa.

  8. Hola Clemente.
    Es que esto no me parece postfotografia,. Sino una obscenidad.
    Este personaje sabe perfectamente lo que hace. Pero el mercado ha olvidado los manifiestos de las vanguardias, de la modernidad. Esta intención de meter todo en el museo viene de antes de la postmodernidad. Pero no todo lo postmoderno es igual… Es lícito en cuanto intenta huir de las verdades metafísicas y el dogma. Es horrendo cuando mete en la postverdad todo tipo enunciados lingüísticos e imágenes. Como dijo el gran Benjamín «todo documento de cultura es un documento de barbarie » (cito de memoria).
    Agur

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